
La humanidad siempre ha estado inmersa en situaciones que resaltan la condición vulnerable de la vida. Las guerras, hambrunas y pandemias, son claros ejemplos que repercuten en la calidad de vida de las poblaciones y su futuro cercano.
Para la mayoría de quienes estamos involucrados en el ámbito de la salud, la vulnerabilidad es la constante que gira en torno a las diversas causas generadoras de dolencias, enfermedades agudas, crónicas y críticas. En ese sentido, la población infantil reúne varias de estas características: predisposición al padecimiento de enfermedades durante los primeros años, determinantes sociales desfavorables, dinámicas familiares en permanente desequilibrio, estatus migratorio y otros cuantos que los ubican en el primer escalón de la desigualdad de la atención en salud (1).
La historia humana ha dejado evidencia de ello. En la década de los 50, Europa y Norteamérica fueron azotados por una epidemia de poliomielitis. Una consecuente complicación respiratoria en la mayoría de los pacientes, advirtió a un grupo de médicos especialistas, la necesidad de reunirlos en un área común para su cuidado y atención. Como resultado de ello, un anestesiólogo danés, Bjørn Ibsen, decidió tratar a los pacientes en falla ventilatoria con presión positiva manual, logrando una disminución significativa de la mortalidad y objetivar los beneficios de tener en forma permanente un área específica para el cuidado, dotada de personal entrenado e interdisciplinario: en aquella ocasión fueron estudiantes de medicina y monjas que ejercían los cuidados de enfermería (2). Antes de esto, en el siglo XIX, Florence Nightingale tuvo la idea de formar a más de 38 voluntarias para que atendieran a los soldados heridos en una unidad de pacientes graves durante la guerra de Crimea: fue la primera unidad de cuidados establecida por una enfermera. Consideraba la disciplina y la responsabilidad, como ejes fundamentales de la profesión y el entorno, como el espacio que debía reunir todas las condiciones saludables para la recuperación del paciente (3).
Para ese entonces, era clara la necesidad del trabajo interdisciplinario centrado en la atención del paciente en condición crítica, en la que se buscaba un objetivo común: prevenir la insuficiencia y el fallo de órganos; era vital el mantenimiento de la “homeostasis” del organismo, término acuñado por el fisiólogo Walter Cannon.
Es así como Nightingale y Cannon, enfermera y médico, representan la forma más simple y precisa de nombrar los inicios del cuidado y la medicina intensiva (4). Lo interesante de este recuento es resaltar el concepto de equipo interdisciplinario desde la perspectiva del paradigma holístico.
El holismo forma parte de la concepción y desarrollo de múltiples ciencias como la medicina y la enfermería. Los profesionales de ambas disciplinas han tratado de dar significado a su práctica, basando su filosofía y atención en un modelo que entiende la salud como un cambio continuo a los retos del medio ambiente y al mantenimiento de un equilibrio dinámico de cada organismo (5). No obstante, aplicarlo a la realidad, pareciera ser algo más complejo de lograr, y aunque los protocolos y guías específicas se afincan en esta base, los resultados de la atención en salud pugnan, además, por la seguridad, calidad y cuidado humanizado del niño y su familia por parte del equipo interdisciplinario, aspectos que paradójicamente parecieran no tener congruencia para los pacientes, familias y cuidadores cuando a la hora de recibir información y atención en la UCIP se trata. ¿Cuál es entonces el meollo de esta cuestión?
Surgen algunas hipótesis: ¿Es responsable la enfermera (y tal vez su falta de autonomía) del cuidado directo del paciente y su familia? ¿Es la médico-dependencia quien anula la actuación profesional de la enfermera?; o, por el contrario: ¿Es aquel médico que no encuentra en la enfermera la suficiente experiencia profesional para el cuidado del paciente crítico?, ¿Es el médico jefe-dependiente que espera todo -incluido el cafecito- de parte de la enfermera?; ¿Será tal vez la formación, el sistema de salud, la condición crítica del paciente, la carga laboral, la relación enfermera-paciente, la familia, la unidad?… en fin, a este paso, hasta el clima podría resultar involucrado.
Pareciera ser un panorama algo complejo y desalentador. Sin embargo, no olvidemos que son el paciente y la familia quienes “lidian” todo el tiempo con estos avatares para recibir de cada profesional lo mejor durante su estadía en la UCIP. Creo que ese es el punto donde debemos iniciar nuestra reflexión: “la familia y el paciente lidian con cada profesional que ingresa al cubículo”, son pocas las ocasiones (a excepción de la ronda médica y entrega de turno de enfermería) en las que el equipo interdisciplinario como unidad pensante y hacedora de cuidados los aborda. Se suma el lenguaje utilizado por algunos de sus integrantes para hacer comprender a los padres o cuidadores lo que está ocurriendo con la salud del niño. Pareciera resultar más efectiva la rimbombancia técnica que la compasión por ese otro que adolece, en ocasiones, del conocimiento científico o empírico, alejándolo de la comprensión real y tal vez, acrecentando dudas y temores naturales de la condición humana.
El llamado que hace el holismo es a la lectura colectiva por parte del equipo interdisciplinario de la realidad específica de cada paciente y su familia. Constituye una propuesta humanizadora que a su vez involucra la globalidad del binomio paciente-familia en un entorno desconocido, abrumador y muchas veces aislado que resulta ser la UCIP. Se centra en las respuestas globales del paciente en interacción con su entorno; por tanto, Watson afirma que el cuidado debe basarse en la reciprocidad y debe tener una calidad única y auténtica (6). Lo anterior evoca del equipo interdisciplinario la planificación y la comunicación asertiva como herramientas preponderantes para la gestión exitosa del cuidado (7).
Ahora bien, no es un nuevo escuchar que la responsabilidad de gestionar la comunicación e interacción de las diversas disciplinas que acompañan al paciente en la UCIP, recae por lo general en la enfermera, de quien por su constante proximidad con el niño y la familia, se espera sea el eslabón de la cadena de cuidado entre los profesionales. Pero en ocasiones, es vista como la responsable de una serie de funciones administrativas en las que resaltan la supervisión técnica del personal, gestión de servicios, funcionamiento y solución de problemas tecnológicos, visitas, reuniones, entre otras labores; con ello no quiero decir que esté mal, todo lo contrario, es de aclarar que son parte de un todo: del conocimiento científico, disciplinar y humano que debe acompañar el cuidado directo del niño y la familia. Por tanto, la enfermera debe estar presente en el “aquí y el ahora” del proceso del paciente, ser la garante de bienestar y seguridad para él y su familia.
El profesional de enfermería autónomo, no es aquel que actúa sin prescripción médica, es aquel que tiene la libertad de actuar en el momento oportuno y con el conocimiento adecuado en consecuencia y en consonancia con el médico, reconociendo en simultáneo las necesidades del paciente y la importancia de sus intervenciones en el cuidado colectivo y también independiente.
Pareciera ser que no es el clima…
Finalmente, el trabajo en equipo exige un pensamiento altruista que reconozca la interrelación respetuosa de los diversos saberes y experiencias, es decir, supera las posturas jerárquicas y las relaciones de poder. Reconoce el equívoco y trasciende lo punitivo, se aleja de los egos profesionales y se empeña en unir esfuerzos y conocimiento de unos y otros como medio para alcanzar el fin: la recuperación de la salud del niño.
Por eso creo que este sería el cuidado interdisciplinario que merecen y necesitan los niños y sus familias en nuestras unidades de cuidado intensivo.
Adriana Ramírez Barrientos
Enfermera Universidad de Antioquia
Magister en Terapia familiar y de pareja
Especialista en Cuidado crítico pediátrico
Docente Facultad de Enfermería-Universidad de Antioquia, Colombia
Referencias bibliográficas
OMS. Salud de la madre, el recién nacido, del niño y del adolescente. Diez datos acerca del desarrollo en la primera infancia como determinante social de la salud. [Internet]. 2020. [citado 2020 Jul 06]. Disponible en: https://www.who.int/maternal_child_adolescent/topics/child/development/10facts/es/
ROQUE E JORGE. Cuidados intensivos pediátricos: pasado, presente y futuro. Rev Chil Pediatr [Internet]. 2013 Jun [citado 2020 Jul 06] ; 84(3): 249-253. Disponible en: https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0370-41062013000300001&lng=es.%20%20http://dx.doi.org/10.4067/S0370-41062013000300001
SALTOS L IRMA; HUAIQUIAN S JULIA. El legado de Florence Nigthingale en la enseñanza de enfermería. Rev: Enfermería investiga. 5(2): 62-70; 2020 (Marzo-Mayo). [Internet]. Disponible en: http://revistas.uta.edu.ec/erevista/index.php/enfi/article/download/878/831/.
CABALLERO L, ARMANDO. Terapia intensiva. Tomo I. 2006. Ed. Ciencias Médicas. [Internet]. [citado 2020 Jul 06] ; Disponible en: https://es.scribd.com/document/206050336/Terapia-Intensiva-Tomo-I-Caballero-Lopez
MIJANGOS FUENTES KARLA. El paradigma holístico de la enfermería. Salud y Administración 1:(2) Agosto 2014. [Internet]. [citado 2020 Jul 06] ; Disponible en: http://www.unsis.edu.mx/revista/doc/vol1num2/A3_Paradigma_Holistico.pdf
GERRERO R ROSA, MENESES L MONICA, DE LA CRUZ R MARIA. Cuidado humanizado de enfermería según la teoría de Jean Watson, servicio de medicina del Hospital Daniel Alcides Carrión. Lima-Callao. Rev Enferm Herediana. 2016;9(2):127-136 [Internet]. Disponible en: https://faenf.cayetano.edu.pe/images/2017/revistavol9/9.pdf
CARRASCO DOMINGO A. La enfermera de UCIP como coordinadora del equipo multidisciplinar. Rev Esp Pediatr 2017; 73(Supl. 1): 96-98. [Internet]. Disponible en: https://secip.com/wp-content/uploads/2018/04/10-el-nio-critico-se-merece-un-cuidado-integral.pdf